Santa Rosa de Lima
Rosa nació en Lima en 1584, fue bautizada con el nombre de Isabel. Sus padres fueron Gaspar Flores y María Oliva. Al nacer, su abuela materna la comenzó a llamar Rosa por la gran belleza de su rostro. Cuando tenía ya edad de contraer matrimonio, se opuso al compromiso que sus padres deseaban realizar para ella, manifestando que había decidido consagrarse a Dios. Con este gesto, Rosa ponía de manifiesto sus deseos de libertad y su capacidad para elegir de manera autónoma su futuro, en una sociedad como la limeña del siglo XVII, en donde el matrimonio era concebido como un camino obligatorio para las mujeres.
En el proceso de canonización de Rosa se afirma un rasgo esencial de su vida: el compromiso con los pobres. Quienes la vieron vivir expresaban que era tan grande su caridad que no solo la ejercía con la ‘gente blanca’, sino con los pobres indios y negros, con tanta dedicación que su madre vio necesario enviarla fuera de su casa para que viviese en la del contador Gonzalo de la Maza; porque en la propia no tenía espacio suficiente para servir a los pobres, a los cuales procuraba cuidar con todo lo que podía y permitía su gran pobreza.
Rosa traía enfermos a su casa para curarlos, atenderlos o corría a socorrer sus necesidades cuando alguien la llamaba. Ella llamaba a esta actitud “dejar a Dios por Dios”, dejar la meditación y la oración que practicaba con tanta frecuencia, por las obras de caridad. Fray Pedro de Loayza, un padre dominico muy cercano a ella, afirmaba que su caridad era tan grande para con los pobres, que los servía con mucho cuidado y que acostumbraba traer a su casa a algunos enfermos a los que cargaba y tomaba en brazos, aunque resultara un daño a su persona.
Rosa vivió esta profunda compasión junto a una intensa vida de oración y meditación. En el jardín de su casa se había construido una ermita en donde pasaba mucho tiempo dedicada a la lectura. Rosa encontró en la vida de Catalina de Siena una inspiración para la suya. Como ella, optó por una vida de consagración a Dios y a los demás, viviendo como laica en su casa y poniéndose al servicio de los más necesitados.
En el cuerpo sufriente de Cristo, Rosa se contempló a sí misma y quiso experimentar en su propio cuerpo el dolor de Jesús. El cuerpo como medio para acceder a la experiencia de lo divino era una comprensión común en la Lima colonial. El azotarse, el uso de coronas en la cabeza con clavos, eran prácticas vivenciadas también como medios para lograr la unión con el cuerpo crucificado de Jesús, asemejarse a Él, a su dolor.
Su vida entregada no conoció de cálculos y la debilidad de sus fuerzas hizo que a los 33 años dejara este mundo. Falleció el 24 de Agosto de 1617.
La vida de Rosa se nos manifiesta hoy como un camino de seguimiento de Jesús. Ella buscó imitarlo en su vida de comunión con Dios desde el silencio y la oración, desde su compromiso con los más pobres, en la vivencia profunda de la amistad, en la búsqueda de un sentido para el sufrimiento humano, en los sueños de una utopía en donde los excluidos sean dignificados. Rosa fue la primera santa canonizada por la Iglesia en América y los congresales de Tucumán de 1816, la nombraron patrona de la Independencia, porque vieron en ella una santa criolla no europea, y era necesario buscar una intercesora americana para el nuevo destino de estos pueblos que aspiraban a liberarse del imperio español.
Santa Rosa continúa soñando con una América en donde no haya marginados y en donde todos podamos construir la nueva casa de la justicia y la equidad.