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LA PALABRA DEL DOMINGO: DOMINGO FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

05/31/2015

JESÚS CON NOSOTROS ES EL EMMANUEL Dt 4, 32-34. 39-40; Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22; Rm 8, 14-17; Mt 28, 26-28 Adentrándonos en la Palabra Dios con nosotros, el Emmanuel, es esa presencia de Dios viva, plena y definitiva en Jesús, todos los días de nuestras vidas! La comunidad de […]

JESÚS CON NOSOTROS ES EL EMMANUEL

Dt 4, 32-34. 39-40; Sal 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22; Rm 8, 14-17; Mt 28, 26-28

Adentrándonos en la Palabra

Dios con nosotros, el Emmanuel, es esa presencia de Dios viva, plena y definitiva en Jesús, todos los días de nuestras vidas! La comunidad de Mateo reconoce en su evangelio, al inicio y al final (Mt 1, 23; 28, 20) que en Jesús se cumple la antigua promesa hecha en Isaías: nacerá un niño que será Dios con nosotros (Is 7, 14). En la aparición a los discípulos Jesús expresa esta certeza. Y el relato, en su brevedad nos da pistas muy precisas para encontrarnos y relacionarnos con él.
¿Dónde está el Emmanuel? En el monte, en Galilea, geografía sagrada cargada de sentido. Galilea es la tierra de las aldeas campesinas, de los pescadores. Allí vivía y allí llamar a los primeros discípulos. Es tierra de sanación, de enseñanzas de sabiduría. Y el monte es el lugar de la enseñanza, donde proclamó el estilo de vida de la nueva comunidad: las bienaventuranzas, la nueva forma de hacer justicia, de orar, de juzgar, de abandonarse al cuidado de Dios, entre otras sabidurías (Mt 5).
¿Cómo relacionarnos con el Emmanuel? Con un gesto simple y sin ambigüedad: al reconocer la presencia de Dios hay que postrarse, aunque haya dudas, como les pasó a los primeros creyentes. Al postrarse, el cuerpo dice lo que el corazón sabe y así acompaña el reconocimiento de esa certeza. Inclinarse es reconocer la presencia divina en medio nuestro, cerca, encarnada sin distancias insuperables ni de tiempo ni de espacio. Aquí y ahora. Cada día, en todo lugar. Inclinarnos es el gesto vital de dar la bienvenida a la cercanía de Dios. Jesús también hizo un gesto: se acercó y les habló.
¿Qué les dijo? Una confesión y un envío. La confesión va al centro de su experiencia vital. Ha recibido pleno poder en el cielo y en la tierra. En el lenguaje de la Biblia, decir cielo y tierra, es como abrazar los confines de lo conocido. Es decir, simbólicamente, y no por eso menos realmente, que ese poder abarca todos los espacios, el humano (la tierra) y el divino (el cielo).
¿De qué poder está hablando? El poder del que habla Jesús es la ‘exousía, un poder y autoridad de decisión y de acción ilimitada propio de Dios. Potestad de autoridad-poder-para actuar. Se trata del poder que usó para enseñar (Mt 7, 29). Un poder que otros reconocieron desde su propia experiencia como el centurión (Mt 8, 9). Un poder que desliga la atadura del pecado, perdonando al enfermo de parálisis (Mt 9, 6). Jesús no acapara ese poder-autoridad para actuar: lo comparte a la comunidad de discípulos y discípulas (Mt 21, 23-37). El poder que Jesús nos da y nos comparte a sus discípulos y discípulas está enraizado en su relación filial y obediente con la fuente de todo poder para dar vida y hacerla crecer.
¿Cuál es el envío? El envío es a vivir la ‘exousía para hacer lo que él hizo y enseñó. Vivir de una manera intensamente humana, actuando desde el amor no condicionado por ninguna situación, decidiendo enraizarse en el Padre, la fuente de la vida y del poder de dar, sanar y restituir la vida. Eso es vivir el bautismo, bautizar y construir autoridad para guardar lo que enseñó sin límites, es decir, a todos y hasta el fin del mundo.
Lic. Hna. Graciela Dibo
Lic. en Teología /Sagradas Escrituras