La Congregación

Nuestra historia

El verano de 1886-87 encontró a Tucumán, una pequeña provincia de la República Argentina, en una crisis sanitaria, provocada por la epidemia del cólera que afectó a toda la población, especialmente a los sectores más pobres.
La magnitud del flagelo superó las posibilidades de control del Estado provincial, por lo que resultó fundamental para superar la crisis, la ayuda del gobierno nacional y la participación de instituciones y vecinos de la ciudad. En esta circunstancia la Iglesia local se abocó a la tarea de asistencia en favor de los damnificados, sin que se pudiera resolver el problema de atención de las víctimas pequeñas.

 

La urgencia por solucionar el vacío institucional y encontrar un lugar adecuado para atender a los huérfanos, motivó al fraile dominico Ángel María Boisdron, a que solicitara ayuda para los niños, a Elmina Paz de Gallo, quien a pesar de su reciente viudez no dudó en disponer de sus bienes, transformar su vivienda para acoger a los necesitados y aún más, asumir personalmente el cuidado de los huérfanos. Cuando Elmina Paz dio inicio a su obra, transformando su vivienda en asilo, el 28 de diciembre de 1886, respondió mucho más allá de lo esperado. “No sólo con mi dinero sino con mi vida toda ayudaré a estos niños huérfanos… Mi casa será la de ellos…” , fueron las palabras que dirigió a Fr. Ángel María Boisdron, expresando el deseo más profundo de su corazón.. La resolución de Elmina Paz de hacerse cargo de la atención de los huérfanos, despertó la adhesión de un sector importante de la sociedad, especialmente de un grupo de jóvenes mujeres que se incorporaron a las cada vez más exigentes tareas que demandaba la obra. El acelerado incremento del número de huérfanos –en febrero sumaban casi un centenar– planteó la necesidad de la continuidad del asilo para asegurar el futuro de los niños una vez superada la crisis.

La experiencia caritativa profundizó el fervor religioso que animaba al grupo de mujeres, provocando un giro vocacional que las llevaría a tomar la decisión de continuar este proyecto siguiendo a Jesús de Nazareth como mujeres consagradas. Así dieron origen a la fundación de la congregación de “Hermanas Dominicas del Santísimo Nombre de Jesús”. Al poco tiempo de fundado el Asilo de Huérfanos se solicitaron los permisos eclesiásticos para fundar la congregación y el 17 de junio de 1887 comenzó la formación de 12 postulantes bajo la dirección de Fr. Boisdron. El 15 de enero de 1888 iniciaron el noviciado, para hacer sus primeros votos el año siguiente y tres años más tarde los votos perpetuos. La Congregación fue afiliada a la Orden Dominicana el 4 de Julio de 1888 y aprobada por la Santa Sede el 7 de septiembre de 1910.

Desde sus orígenes la Congregación asume el carisma dominicano, abriéndose así a la experiencia de un proyecto de búsqueda de la verdad y vivencia de la compasión, que la fue conduciendo a comprometerse en distintos lugares de predicación. Ya en 1890 Elmina Paz-Gallo escribía a Fr. Angel María Boisdron en estos términos: “Además de nuestra misión con los huérfanos y escuelas de pobres puede usted aumentar las cosas que le parezcan convenientes podríamos hacer en otro tiempo para dar más gloria a Nuestro Señor”. Por otra parte, en las primeras Constituciones se afirmaba lo siguiente: “Cuidar a los huérfanos víctimas de la epidemia, fue la primera labor, en la que se les señaló su apostolado de caridad para con los pequeños, los humildes y los desamparados… Si alguna vez el Padre celestial las llamara a la enseñanza superior de la juventud u otras tareas, las aceptarán, pero sin renunciar jamás el carácter de sus principios, que les da un rasgo de semejanza con Aquel que quiso evangelizar a los pobres.

La Congregación fue ampliando en los años siguientes a su fundación los servicios a la comunidad en distintos puntos de Argentina y más tarde en otros países. Se abrieron nuevos hogares para niños huérfanos y colegios. Se descubrieron nuevos modos de presencia como consagradas, entre los jóvenes, los campesinos, indígenas, los pobres y marginados, chicos de la calle, investigadores y estudiantes universitarios, entre mujeres que luchan por su dignidad, en la búsqueda de diálogo con las diferentes culturas, las Iglesias cristianas y las diversas experiencias religiosas.

Muchas mujeres y varones se sumaron a esta aventura, de vivir el sueño de Elmina, Ángel María, sus amigas y amigos. Hoy la Congregación busca continuar este proyecto de verdad y compasión, según se expresa en el himno a nuestra madre Elmina:

Y mientras haya algún gemido de dolor, alguna voz que reclame verdad, esa será la razón de continuar lo que ella empezó…

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