Carisma

Santo Domingo de Guzmán

Santo Domingo. pintura de Briggitte Loire

Seguimos a Jesús en las huellas de Domingo de Guzmán, quien nos dejó en herencia preciosas intuiciones de vida: la predicación itinerante, el estudio como servicio a los demás, la pobreza evangélica y la vida comunitaria.

 Notas Biográficas

En la Provincia de Burgos (España), en un lugar llamado Caleruega, nació Domingo, hacia 1170. Sus padres fueron Félix de Guzmán y Juana de Aza. Creció junto a sus dos hermanos, Antonio y Manés.
Cuenta la leyenda que mientras Juana estaba embarazada de Domingo, tuvo un extraño sueño. Vio un cachorro blanco y negro, con una flameante antorcha en su boca. El abad de un monasterio cercano interpretó el sueño: “tendrás un hijo que con su santidad y fervor hará arder el mundo con el amor de Dios.”

Al nacer, su madrina vio sobre la frente de Domingo el fulgor de una estrella; esta imagen fue interpretada como símbolo de la luz que con su vida y su palabra transmitió a lo que encontró en su camino.
Aprendió sus primeras letras con un tío sacerdote y luego en Palencia realizó su formación académica. Mientras era estudiante, sobrevino en Castilla una gran hambruna. Domingo sintió compasión por los más pobres y vendió sus libros, que era lo más valioso que poseía. Sabía en lo profundo de su corazón que “no podía estudiar sobre pieles muertas mientras hay tantos seres humanos que mueren de hambre”. Al terminar sus estudios de humanidades y teología, fue ordenado sacerdote, y ejerció como profesor de teología en el Estudio General de Palencia, uno de los más importantes de España en aquella época.
Luego ejerció su ministerio en la Catedral de Osma, viviendo junto a otros canónigos de dicha iglesia según la regla de San Agustín. Esos años de convivencia fraterna, vida de estudio y oración, fueron forjando en él un gran deseo apostólico.
En el año 1204 sale de España junto al Obispo de Osma para realizar una misión diplomática encomendada por el rey de Castilla. Este viaje será decisivo en la vida de Domingo y el primero de muchos otros que lo llevaran a recorrer las ciudades del sur de Francia que emergían con una gran vitalidad y novedosa vida urbana. En esta región del Languedoc, Domingo anuncia el evangelio de Jesús, en constante dialogo con los nuevos grupos religiosos que surgían impregnados de ideales de pobreza evangélica, en franca critica a la opulencia de los representantes de las Iglesia de Roma. Domingo comprende que solo es posible predicar el mensaje de Jesús de Nazaret desde la pobreza y la mendicancia, al estilo de los movimientos disidentes del catolicismo medieval. La decisión de asumir la predicación itinerante atrae a otros a comprometerse con esta empresa. Domingo predicó en las encrucijadas de los caminos, en las capillas, en las plazas de las nuevas ciudades y en los castillos del orden feudal que ya comenzaban a desaparecer. Fue testigo de la cruel cruzada contra los habitantes del sur de Francia, que buscaba unificar el territorio para afianzar su poder político. La acusación de herejía justificaba en aquella época la invasión del ejército de un poderoso sobre poblaciones independientes.
Domingo y sus compañeros intentaron constituir un mundo unido en medio del desgarro de la muerte y la injusticia, y predicaron el evangelio desde el dialogo y el debate convencidos de que no es la violencia el modo de llevar a otros a la fe en Jesucristo. El evangelio de Mateo y las cartas de Pablo eran la fuente en donde Domingo y sus amigos se nutrían para anunciar a Jesús.
En 1206 se establece en Prulla, muy cerca de Fanjeaux, una primera casa de predicación organizada en torno a un grupo de mujeres, que habiendo pertenecido a los grupos disidentes del sur de Francia, deciden volver a la comunión de la Iglesia Apostólica Romana, invitadas por Domingo y el Obispo Diego. Este lugar será espacio de oración y de acogida a los predicadores itinerantes que recorrían junto a Domingo y Diego esa región de Francia. A su vez, esa primera casa es el inicio de una rica tradición de espiritualidad femenina que hasta el presente impregna la tradición de la Orden Dominicana.
Domingo fue un hombre de profunda vida contemplativa. Cuentan sus contemporáneos que dedicaba el día a hablar de Dios a los hombres después de haber estado largas horas en silencio, hablando de los hombres a Dios. Este espíritu de profunda vida de oración y gran fervor apostólico es el que Domingo contagia a los primeros amigos que se suman a la tarea de predicación. Hacia 1215 se establece en Tolosa una comunidad de predicadores, en una casa cedida por Pedro Sella. El obispo de Tolosa, Fulco, le otorga la capilla de San Román.
En 1216, el Papa Honorio III aprueba la buena orden religiosa y llama a los frailes reunidos junto a Domingo “campeones de la fe y lumbreras del mundo”. En 1217, Domingo decide dispersar a sus hermanos enviándolos a predicar a las ciudades más importantes de la Europa Medieval, las que ya contaban con universidades, como París y Bolonia, diciéndoles: “Vayan, estudien, prediquen y funden comunidades… El trigo amontonado se pudre, esparcido, fructifica”. El envío de los frailes se realizaba balo la protección de María, quien según la tradición, había enseñado a Domingo una oración simple, propia de los que van de camino: el Rosario.
En 1220 se realiza en Bolonia el primer Capítulo General de la nueva Orden. La salud de Domingo comienza a resentirse luego de una intensa vida de predicación itinerante por España, Francia e Italia. Sus fuerzas decaen y sus hermanos lloran su partida. Domingo, al ver su dolor, les dice: “No se aflijan, les seré mas útil desde el cielo”, y les deja un pequeño testamento espiritual:

“tengan Caridad;
Practiquen la humildad
y vivan en pobreza voluntaria”

A los 51 años de edad partió a la casa del Padre, el 6 de Agosto de 1221. Ya había fundado varias decenas de conventos y los frailes se multiplicaban por toda Europa.