Semana de Estudios en Córdoba
¿Por qué se habla de juventudes en plural?
Siempre estuvimos acostumbrados a hablar de “lo juvenil” o de “los jóvenes”, que en el lenguaje común no está mal desde la perspectiva de la antropología hace un par de años, particularmente en Argentina desde los 80-90 se comenzaron a hacer unos estudios culturales que trata con distintos colectivos. Ahí se comenzó a descubrir que en realidad la juventud no es una sola. Es decir, cuando nosotros hablamos de “juventud” pensamos que los chicos y chicas de todos lados les pasa exactamente lo mismo y eso es un gran error, una mirada homogénea, que también tiene efectos o expectativas hegemónicas, de manejar de una manera igual y sabemos que no. Entonces, esto de hablar de juventudes en plural, lo mismo que de masculinidades para referirse a los distintos modos de ser varón o femineidades. Entonces quiere demostrarnos cómo esto de ser joven hoy es muy versátil, muy variable, muy fluctuante. Y tiene que ver con contextos históricos, con intencionalidades que se la ha dado qué, porqué y cómo hacer con los jóvenes y con un protagonismo juvenil. Las juventudes son como voces distintas que no siempre gritan lo mismo, pero que evidentemente están gritando y diciendo cosas.
¿Cuál es el rol de los adultos y de las personas que trabajan con jóvenes? ¿Desde dónde posicionarse para acompañar jóvenes?
La clave es el acompañamiento, aunque el tema es que “el acompañar” es muy genérico, podríamos decir que hay “acompañamientos”. En primer lugar, el acompañamiento es estar, habitar el mundo de los jóvenes, decimos nosotros los salesianos. Y habitar significa poner los pies sobre ese mundo, tratar de entenderlo y vivenciarlo, siempre desde una perspectiva de adulto. Es tratar de entender lógicas que están ahí adentro. El acompañar no moraliza ni juzga, esa diría que es la actitud interior. Frente al joven yo no tengo un criterio de evaluación porque yo no soy joven, los elementos objetivantes son también opinables en muchos casos… El otro elemento que es muy fuerte es desaprender algunas cosas que los adultos aprendimos para reaprenderlas con ellos. No diría “de ellos”, porque aquí también puede aparecer esta mirada romántica de que “hoy la voz la tienen los jóvenes y los adultos no servimos”. Para mí la imagen es la de Emaús, Jesús camina con ellos, no va ni adelante de atrás, va escuchando sus dudas y dolores; en un momento tiene que decir una palabra más fuerte, pero está siempre con ellos.
¿Cómo hacer desde el lugar de adulto y de los que acompañan jóvenes para que estas juventudes les tengan confianza?
Don Bosco dice “la familiaridad engendra afecto y el afecto, confianza”. Entonces, los jóvenes confían cuando ven que se ama lo que ellos aman. Por eso Don Bosco decía “no basta amar, es necesario que los chicos y las chicas se den cuenta que se los ama”. Esa sigue siendo la clave de la confianza, cuando vos estás comprendiendo, valorando y hasta gustando las cosas de ellos, se genera confianza. Cuando uno está a la expectativa, mirando desde afuera, posicionándose desde arriba, suele generarse un mecanismo de distancia. Es decir que la confianza supone cercanía.
¿Vale la pena apostar por estas juventudes y jugársela por ellos? ¿Por qué?
Sí, En primer lugar, porque hay un montón de valores que ellos tienen. Estas problematicidades, este modo de ser distinto que no es igual al nuestro, traen valores. Desde una perspectiva de fe, nosotros creemos que Jesús está con ellos, en ellos y desde ellos nos habla. En segundo lugar, porque es una edad en donde realmente se dan las decisiones más profundas, más fuerte; desde lo escolar, afectivo, sexual, vocacional, profesional. Es un gran escenario de decisiones. Y por último, en relación a lo primero, por una razón de fe. Yo creo que Dios está en los jóvenes, nos habla desde ellos y, para nosotros como salesianos, nos salva a través de los jóvenes. Nuestra salvación, para nosotros como hermanos, pasa por ellos.