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LA PALABRA DEL DOMINGO: DOMINGO VI DE PASCUA: Hech 10,25-26.34-36.43-48 / 1 Jn 4,7-10 / Jn 15,9-17

05/10/2015

Adentrándonos en la Palabra

En este sexto y último domingo de pascua, seguimos leyendo el Libro de los hechos y el evangelio de Juan, que nos ofrecen distintas miradas del acontecimiento pascual. En el Libro de los hechos se nos describe el encuentro de Pedro y Cornelio, que será de gran importancia para el futuro de la comunidad. Los dos se han preparado para este encuentro y el relato va generando en torno a esto una expectativa en los lectores. Se describe a cada uno, su situación, los diálogos con “el ángel de Dios”, las personas que los acompañan (hermanos, parientes, amigos íntimos) hasta que en el vs. 25, que se lee en la liturgia de hoy, se relata el encuentro, donde Cornelio sale a recibir a Pedro y se postra a sus pies.
Desde el comienzo el encuentro entre los dos transcurre en un clima muy familiar, cálido, humano. Eso parece reafirmar las palabras de Pedro: “Levántate, pues yo mismo también soy hombre” (v.26). Pedro y Cornelio conversan, se escuchan con atención, intentan explicarse mutuamente la razón de este encuentro que a los dos los sorprende. En realidad hacen una lectura creyente de los hechos, y Pedro toma la palabra para “anunciar la Buena Nueva de la Paz” (v. 36) que llega por medio de Jesús. El gesto arriesgado de Pedro de entrar a la casa de un “pagano” y mantener un diálogo de fe con él, que no es permitido en las leyes judías, se ve confirmado por la actuación del Espíritu, que llega a “todos los que escuchaban la Palabra”. La palabra y el Espíritu son, sin duda, elementos claves en el Libro de los Hechos.
El Espíritu sorprende, actúa de un modo alternativo, no esperado. Es el Espíritu de Dios “que no hace acepción de personas” (v.34). Y Pedro, ya en otra etapa de su propio itinerario personal, está aprendiendo a dejarse conducir por él. El v. 48 nos muestra como este encuentro de fe compartido se prolonga con la estadía de Pedro con los allegados de Cornelio, ya que la fe en Jesús invita a vivir la comunidad.
El capítulo 15 del evangelio de Juan nos presenta este rico simbolismo de la Vid, como uno de los modos de Jesús de hablar de sí mismo y del misterio del reino, a través de los “Yo soy” (“La luz”, el “camino, la verdad y la vida”, etc.). En los versículos que leemos hoy podemos encontrar una invitación muy fuerte en boca de Jesús a “permanecer en el amor”… se repite varias veces esta idea, entrelazándola con el mandamiento del Amor, con la relación de amor de Jesús y el Padre a la que estamos invitad@s a participar y desde allí “dar fruto”, experimentando la alegría que todo esto trae.
Sabemos que el evangelio de Juan busca reforzar los lazos hacia dentro de la comunidad en tiempos hostiles. Al mismo tiempo las palabras de Jesús nos introducen en la intimidad del Misterio, nos invitan a permanecer (del griego ménein: morada), a estar en El. Este permanecer en el amor puede implicar un riesgo grande: hasta dar la vida por los amigos.
Sólo arraigad@s en el Misterio podremos percibir la hondura de la vida, el valor de cada momento, donde la divinidad se revela. Estamos invitad@s a vivir la conciencia plena del presente reconociendo y valorando todo lo que existe y nos da vida. Podemos leer estos dos textos de manera que se iluminen mutuamente: el encuentro entre Pedro, Cornelio y la comunidad es ya un testimonio del itinerario que nos propone el evangelio de Juan. Desde el encuentro interpersonal profundo y el camino de fe que cada uno ha hecho optando por seguir a Jesús con toda la vida, se da un encuentro lleno del Espíritu, que incluye, integra la diversidad, promueve la comunidad.
Quizás en nuestras familias y comunidades podemos intercambiar experiencias que nos hacen referencia a la Palabra de hoy. Por mi parte en estos meses he tenido la gracia de compartir encuentros con jóvenes privados de la libertad en uno de los penales de Rosario. En el proceso de irnos conociendo puedo descubrir la maravilla de ser humanos, del misterio que cada un@ lleva en sí mismo, del milagro de poder relacionarnos, escucharnos, conocernos, orar juntos respetando la fe de cada un@, alegrarnos con pequeñas cosas. Creo que de distintas maneras las iglesias evangélicas que visitan la cárcel hace muchos años y las personas que nos hemos acercado como voluntarias hacemos esta experiencia de Pedro: nosotr@s también somos human@s y el Espíritu nos llama a hermanarnos.
“Mira mis manos, llenas de hermanos”, dice la canción, y de hecho nuestro país y la Patria Grande tienen mucha necesidad de personas que se animen a reconocerse hermanas y hermanos de todos, sin exclusiones ni banderías que nos separen, tomando riesgos en el camino que el Espíritu de Jesús nos lleve y compartiendo la alegría honda que nos trae la Pascua.

Hna. Leticia Batista
Bachiller en Ciencias Bíblicas