Domingo 22 de Diciembre 2019
IV Domingo de Adviento
La promesa de Jesús de permanecer con nosotros pasa por la experiencia de todas las etapas de nuestra vida, de todas las confusiones y ambigüedades que todos los días experimentamos en nuestra propia cotidianidad. Como en los tiempos de Isaías… no tengamos miedo, porque Dios nos cambia el nombre… nos llama Emmanuel porque hace habitar a su hijo en medio nuestro. Bebamos de nuestro propio pozo… nuestra identidad, ya que allí es donde permanece Dios con nosotros. El Dios que Isaías y Mateo nos transmiten que el Dios en quién ponemos toda nuestra confianza es un Dios de la reconciliación, del amor y del perdón, no un Dios de la violencia. Seamos el Emmanuel viviendo la reconciliación, el amor y el perdón entre nosotros.
Isaías 7, 10-14, Salmo 23, Romanos 1,1-7 y Mateo 1,18-24.
Mateo nos ha contado que el niño en el vientre de María se convertirá, a través del nombre que le impondrá José, en el hijo de David y en el salvador de su pueblo: “lo llamarás Jesús”. Sin embargo hay una identidad aún mayor que José debe aceptar, pero a la que no puede aportar: el niño será el Emmanuel, «Dios con nosotros», porque María lo ha concebido mediante el Espíritu Santo.
El evangelista en estos versículos se vuelve al profeta Isaías (7,14): «La virgen está embarazada, y da a luz un varón a quien le pone el nombre Emmanuel». De manera que hay un segundo nombre para el niño aparte del de Jesús hijo de David, salvador de su pueblo; él es Emmanuel, «Dios con nosotros».
Para comprender el término “Emmanuel” es importante entender el marco histórico de la época a que hace referencia la primera lectura. Estamos en el siglo VIII. Asiria es un gran imperio, sumamente cruel. Dos pequeños reinos, donde todavía no entró Asiria, deciden reunirse para defenderse y hacer frente a Asiria: son Siria, con capital en Damasco, e Israel, cuya capital es Samaría. Estos le piden a los países pequeños del sur que se alíen con ellos. Entre ellos está Judá. El gobierno de Jerusalén dice que no a la alianza anti-asiria. Pero una parte de la población la apoyan. Por eso Siria e Israel declaran la guerra a Judá, para cambiar al gobierno y poner en su lugar al partido «pro-alianza». Entonces el gobierno de Judá se dirige a Asiria, para denunciar a Siria e Israel y pedir protección contra ellos. Hay una posición sin salida aparente: Si Judá se alía a Asiria, la destruyen sus vecinos. Si se alía con sus vecinos, Asiria la destruirá.
Isaías ve la realidad desde Dios y propone una salida con tres claves que nos pueden clarificar aún más la realidad del Emmanuel: primero, de parte del Señor, intenta tranquilizar al rey de Jerusalén y le dice: «Quédate tranquilo. No tengas miedo al ver ese par de tizones humeantes» (7,4). Se refiere a los reyes de Samaría y Damasco. En segundo lugar, Isaías le anuncia un camino de salida: aceptar la presencia de Dios dentro de su pueblo. Por eso le cambia el nombre a Judá; lo llama Emmanuel: «Dios con nosotros». Y utiliza imágenes preciosas en donde el pueblo de Israel debe detener su mirada. A pesar de que Dios es santo, poderoso y lleno de vida, se manifiesta en lo pequeño, débil y sencillo; su presencia es suave y delicada, pero llena de esperanza: es como el murmullo del arroyo (8,6), llena de hermosas ilusiones como una jovencita embarazada (7,14) o un niño recién nacido (9,5), tierna y esperanzadora como el brote de un árbol (11,1).
Isaías pide que el pueblo tenga fe en sí mismo. Aunque sea pequeño, como un arroyo, un niño o un brote, junto con su Dios es más poderoso que Samaría y Damasco. En cambio, si se alían con la poderosa Nínive, irán al fracaso.
A través del texto del evangelio podemos contemplar a María que es “madre del perdón de los pecados y de la reconciliación con Dios” de un modo singular, ya que Dios ha intervenido y puesto un nuevo inicio en la historia de la humanidad. Jesús no tiene un padre terreno, no es el resultado de esta historia. La humanidad no se ha dado a sí misma, por medio de una procreación humana al que es el Salvador, sino que lo ha recibido como don de Dios.
Pero también, María es madre del Emmanuel. La atención del evangelista no se centra tanto en el nombre (Is 7,14) cuanto en lo que éste significa: Dios-con-nosotros. Mateo muestra así que Jesús no es solamente uno de los hijos de David, sino la manifestación definitiva de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Por medio de él y en él Dios ha tomado a su pueblo, con quien se ha vinculado de la manera lo más fuerte posible. En cuanto proviene de Dios, Jesús vincula a los hombres con Dios. Dios no nos ha abandonado a nuestra propia suerte, ni nos ha rechazado, sino que está a nuestro lado. Estamos bajo su protección y su guía. María tiene la misión de ser para Israel y para la humanidad la madre del Salvador, de Aquel que está con su pueblo y que no lo abandona a su propia suerte.
Mateo nos enseña a captar por medio de qué camino nosotros sentimos y percibimos a “Dios con nosotros”. Se trata de una experiencia que estamos llamados a hacer, repitiendo la experiencia de Jesús, abriendo los ojos y acogiendo al “Dios con nosotros” en nuestra experiencia de Iglesia/comunidad cotidiana. La promesa de Jesús de permanecer con nosotros pasa por las etapas de nuestra vida, de todas las confusiones y ambigüedades que todos los días experimentamos en nuestra propia cotidianidad. Como en los tiempos de Isaías… no tengamos miedo, porque Dios nos cambia el nombre… nos llama Emmanuel porque hace habitar a su hijo en medio nuestro.
Tanto Isaías como Mateo nos conducen a beber de nuestro propio pozo. En nuestra identidad es donde permanece Dios con nosotros. El Dios que ellos transmiten es el Dios de la reconciliación, del amor y del perdón, y no el Dios de la violencia.