Domingo 22 de Septiembre 2019
XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Amós 8, 4-7; 1 Timoteo 2, 1-8 y Lucas 16, 1-13
La claridad y la valentía son las actitudes del discípulo que no intenta “jugar a dos puntas” (sirviendo a dos amos), de aquel que sabe discernir y optar por un solo señor.
En el camino hacia Jerusalén, Jesús retoma la enseñanza dirigida a los discípulos que se vio hace dos semanas, el 8 de septiembre, cuando el evangelio se detuvo a considerar las exigencias de un seguimiento radical en pos de Jesús: “dejar los 7 amores”: padre, madre, mujer, hijos, hermano, hermana y ¡hasta sí mismo! ¿Recordamos? Después, invitó al discípulo a considerar la necesidad de discernir nuestra relación con los bienes: “dejar todos los bienes para seguirlo”.
Este evangelio, utilizando el género parabólico como en el domingo pasado (las parábolas de la misericordia), retoma la cuestión de la relación con los bienes para ahondar en la reflexión y, de nuevo, comprometer al discernimiento.
La parábola, una vez más, desconcierta y obliga a entrar más allá buscando la lógica del Reino. Un administrador denunciado ante su amo, pierde la confianza de éste (v. 2). No se dice si la acusación era justa o no; ciertamente sabemos que el administrador no hace nada para defenderse. Sin embargo, sabemos que sí se detuvo a reflexionar y discernir cómo asegurarse un futuro produciendo la confianza que sí se había ganado entre los deudores de su amo (vv. 5-7).
Llamativamente, esta gestión que ciertamente perjudicó los ingresos de su amo, mereció la alabanza de éste por haber sabido discernir con valentía e inteligencia y así haberse asegurado un futuro (v. 8); por haberse jugado el “todo por el todo”, arriesgando con audacia, sin cálculos.
Este dilema que el amo suscita en nosotros cuando alaba a su administrador de “injusticias” se ilumina desde tres orientaciones con las que se concluye el texto.
En primer lugar, en el v. 9, el futuro del discípulo son las “moradas eternas”, en esta reflexión vista positivamente como el seno de Abraham al cual nos referiremos el domingo próximo; pero ese futuro se juega en el ritmo cotidiano de vida (que es lo que ha hecho el administrador sagaz) y, ciertamente, en el discernimiento de la relación con los bienes.
Si los cristianos pueden manejarse con el dinero injusto tan sagazmente como lo hace este administrador, será recompensado en las “moradas eternas”, en el reino de Dios. ¿Cómo pensar esto? En forma paralela, veamos: así como el administrador será recibido luego que sea despedido de su puesto por aquellos a los que le hizo el “favor” de reducir la deuda, acción reconocida como “sabia”, el cristiano que sepa manejarse, dicho de otra manera se haga amigo de los bienes de “este mundo”, será recibido por el Padre en los cielos, porque se portará “sagazmente”, al estilo de “ser astutos como serpientes” como dice en otro texto la palabra de Dios.
En segundo lugar, en el v. 10, la fidelidad, entendida ésta como lealtad a prueba de fuego o como lucidez-sabiduría en el modo de conducirse, es la que determina la alabanza del amo.
Por último, en tercer lugar, en el v. 11 la claridad y la valentía son las actitudes del discípulo que no intenta “jugar a dos puntas” (sirviendo a dos amos), de aquel que sabe discernir y optar por un solo señor.
En casi todo el capítulo, Lucas insiste en la necesaria lucidez para conducirse en la relación con los bienes, particularmente con el dinero (que aquí se llama por su nombre Mammon-el dios dinero) porque sólo se puede amar y prestar fidelidad a un amo; por eso no es posible tener dos: Dios y los bienes.
Desde acá se entiende la primera lectura. El contexto histórico en que se encuentra la obra del profeta Amós es la primera mitad del siglo VIII a.C., cuando Israel vive un período de expansión y seguridad territorial acompañado por una gran prosperidad económica. La arqueología confirma los dichos de Amós acerca del lujo y el bienestar de cierto estrato de la población. Este bienestar económico oculta un fuerte contraste entre ricos-poderosos que oprimen y se abusan de los pobres-débiles. El profeta ataca fuertemente a los ricos y poderosos que oprimen y se enriquecen a costa de los pobres y débiles. No cabe dudas de que el dinero ocupa para ellos el lugar que corresponde a Dios, por ello son condenados duramente por el profeta, portavoz del Dios verdadero.