Fray Ángel María Boisdron
Fray Ángel María Boisdron nació en Montmoreau, un pequeño poblado del departamento de Angoulême, perteneciente a la región de Poitou-Charente en el oeste de Francia. Arribó a Tucumán en 1876 y desde entonces hasta la fecha de su muerte, el 16 de octubre de 1924, fue esta ciudad su patria de adopción. Había ingresado en la Orden Dominicana en Lyon (Francia) en 1862 y a los 31 años decidió iniciar un largo viaje hacia América, un peregrinar geográfico pero sobre todo interior.
Impregnado del pensamiento de Lacordaire (el dominico francés que se consideró siempre hijo de la Revolución, asimilando a fondo los ideales románticos de humanismo y libertad), Boisdron heredó su afán por conciliar la misión de la Iglesia con la modernidad, superando los anatemas y abriéndose al diálogo con la cultura de su tiempo.
Su llegada a Argentina coincide con los años claves de conformación del Estado-Nación Argentino, con los debates en torno a la definición de sus rasgos. En estas discusiones participa intensamente Boisdron a través de sus discursos y escritos.
Al observar la situación de los más pobres denunciaba: “Sufrir el hambre, el frío, ser esclavos de toda necesidad, vivir y morir en la escasez y hasta en la miseria, es su inevitable suerte…el que meditando y profundizando este orden de cosas, queda indiferente, mudo, impasible, es que no tiene corazón en su pecho, ni alma en su cuerpo. ¡La codicia y el egoísmo habrán borrado en él los últimos sentimientos de fraternidad y de humanidad!”(Conferencia, La cuestión social, 1896).
Durante la epidemia de cólera que desbastó Tucumán en 1886, mientras algunos interpretaban un ‘castigo divino’ sobre la ciudad, él se dedicó a recorrer las calles y rescatar a los moribundos. Junto a Elmina Paz-Gallo y un grupo de mujeres organizó la primera casa para huérfanos de Tucumán, siendo el antecedente de la fundación de la Congregación de Hermanas Dominicas.
Convencido de la gran influencia de la prensa como vehículo de comunicación de ideas y generadora de opinión, afirmaba que es “la que crea, domina y dirige la opinión. Y la opinión es la fuerza que prepara las revoluciones, levanta y derroca los gobiernos, cambia las formas y fronteras de los imperios, remueve y agita a los pueblos”. Estaba convencido que “la predicación resuena poco fuera del recinto del templo” y que por ello debía proponer sus convicciones en los periódicos (Conferencia Lo que es la Prensa, 1911) .
Sus viajes fueron una sucesión de ‘retiros’, su itinerario partió del centro a los bordes, siempre en búsqueda de un espacio donde encontrar su suelo, un lugar donde poner palabras a sus convicciones nuevas.
Luego de una intensa vida de itinerante, murió en Tucumán, regresando de su último viaje a Monteros (una ciudad al sur de la provincia), donde la congregación había fundado otro colegio. Sus restos descansan junto a los de Elmina Paz en la capilla del Dulce Nombre de Jesús, en San Miguel de Tucumán.
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