Oyentes de la Palabra
LA PALABRA DEL IV DOMINGO DE ADVIENTO
En este domingo, la antesala ya de la Navidad, los textos nos dicen que para acompañar a ese niño debemos salir de nosotros mismos y reconocer el bien en los demás, porque es posible que la Luz y la Paz vengan de ellos, y no solo de nosotros mismos, de nuestros proyectos y decisiones. Estar abiertos al bien del otro es una tarea difícil, porque no solo implica aceptación, sino ser agradecidos.
Miqueas 5,1-4, Salmo 79, Hebreos 10,5-10 y Lucas 1,39-45.
Quisiéramos recorrer la espiritualidad de los textos de este domingo con tres paradas que nos ayuden a preparar el corazón y la vida ante esta Navidad que está a la puerta. Veamos.
Cuando comenzábamos nuestro adviento nos habíamos propuesto encontrarnos con el Reino de Dios que venía como un niño. Y dijimos que para recibirlo debíamos ser consientes que viene en su vulnerabilidad, sin derechos, impotente, desatendido, aún no visto como una “persona completa”. Pero viene y Él será nuestra Paz. A nosotros esto nos suena muy contradictorio, como se le presentó al pueblo de Israel en el tiempo del profeta Miqueas. “Tu Belén de Judá” la más pequeña de las aldeas, será el lugar en donde surja quién les dará el motivo de ponerse de pie nuevamente y construir la Paz, luego de tanta destrucción que habían vivido. Renovar la confianza sin ver cómo es posible que desde lo pequeño surja esa Esperanza… ¡es una tarea difícil!
La segunda parada de meditación que les queremos proponer es lo que nos comparte la carta a los Hebreos. Dios se hace uno de nosotros, se hace cuerpo, asume toda nuestra historia para redimirla. ¿Qué más podemos pedir? ¿Qué otro motivo podemos buscar para salir adelante? Pero aquí nuevamente lo contradictorio nos sale al encuentro. La alegría plena de saber que Dios se hace cargo de nuestra vida lleva un espacio de contra luz, una vida que debe ser entrega por otros. Y aquí el reconocimiento de que los otros pueden darnos vida implica un trabajo de aceptación muy profundo… nuestro bien puede venir de los hermanos.
Por último, el evangelio de Lucas nos pone en camino a reconocer que la Paz y la Luz se las encuentra en la vida que nace dentro nuestro, pero también en la vida que está en el otro. María es consciente que ella tiene una misión, y sabe que el Señor de la historia está dentro suyo, pero también sabe que en la vida de su prima Isabel está presente el Señor, y se pone en camino para reconocer y agradecer su presencia. Aquí quisiéramos detenernos un momento. María es reconocida como el “Arca de la Alianza”, esto es porque dentro suyo, y no por arte de magia, sino como fruto de un diálogo y una aceptación, el Pan de Vida-Maná estaba vivo, a imagen del Arca que camina por el desierto con el pueblo de Israel, y que llevaba dentro un trozo de ese “maná” que alimentaba todos los días a los israelitas. Siendo portadora de vida puede ser motivo de alegría y de surgimiento de vida en su prima; Isabel con la presencia de María, siente en su seno que Juan salta de gozo.
Dios quiera que seamos portadores pequeños motivos de vida, para despertar la Esperanza en nuestros hermanos, y cantar como hacen luego juntas, las maravillas del Señor en cada una.
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