Jueves Santo
Jueves Santo
Éxodo 12,1-8.11-14; Sal 115; I de Corintios 11,23-26 y Juan 13,1-15
En la tarde del Jueves Santo comienza el Triduo Pascual, con la memoria de la última cena, en la que Jesús instituyó la eucaristía, dando cumplimiento al rito pascual judío. Según la tradición, toda familia judía, reunida a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado haciendo memoria de la liberación de los Israelitas de la esclavitud de Egipto; así en el cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación.
Decimos que hoy celebramos al amor fraterno, esa relación que mantenemos con todos aquellos que nos sentimos hermanos, ante quienes podemos levantar la cabeza y no esconder lo que somos, porque sabemos que podemos confiar que nos aman.
Justamente las lecturas de hoy centran nuestra mirada en el amor que es lo definitivo en esta vida, lo que no pasa, lo que no se pierde, lo que da sentido eterno a la vida y nos hace trascender sus límites. El amor extremo de Jesús lo llevó a entregarse, a darse totalmente y no quedarse encerrado en su pequeño grupo. Jesús después de la comida en familia se levantó y salió fuera hacia Getsemaní, donde comenzó la experiencia de la entrega más radical en su vida.
Este amor fraterno se visibiliza en el gesto que leemos en el evangelio de Juan: el lavatorio de los pies. Era una costumbre que cuando llegaba una persona a la casa, el esclavo o alguna mujer, le lavaba los pies. Se traía mucho polvo del camino, y seguramente el recién llegado iba a ser invitado a sentarse a la mesa en una alfombra casi al ras del piso. Jesús trastoca este gesto con otro que se transforma en algo paradojal: el siendo el Maestro y el organizador de la cena, se levanta a lavarles los pies a sus amigos; y no lo hace cuando fueron llegando sino en “la hora de la cena”, cuando ya había avanzado la noche. El servicio, signo del amor con que nos ama Jesús, no es de algunos, los más “bajos” en la sociedad, sino de todos. Ese servicio no solo debe ser vivido al comienzo, sino debe ser constante: desde el comienzo hasta “llegada la noche”.
Renovemos hoy la invitación de amar como Jesús, es decir dando la vida por los demás, sirviendo a los demás. Así ama Jesús, vaciándose de sí mismo, olvidándose de sí mismo, para ponerse al servicio de los otros. Servicio que es un lavado, una purificación nuestra y de nuestros hermanos que nos comunica vida nueva, que nos devuelve la dignidad de hijos de Dios.
Que estas mesas sean para todos nosotros un compromiso de fraternidad y de solidaridad con nuestros hermanos más vulnerables. ¡Feliz día!