LA PALABRA DEL DOMINGO: Domingo XVII durante el año
II Re 4,42-44; Sal 144; Ef 4,1-6; Jn 6, 1-15
Adentrándonos en la Palabra
Con Jesús mirar y actuar desde la abundancia de la vida
El evangelio de este domingo nos invita a detenernos a revisar las perspectivas, las lógicas y los roles con los que construimos el mundo. El mundo en que vivimos está atravesado por grandes contradicciones. Por ejemplo, la evolución de nuestra civilización permitiría acabar con el hambre en el planeta. Sin embargo, el sistema neoliberal capitalista instalado casi como única forma de vida, hace que mientras unos pocos viven y nadan en la abundancia de bienes y oportunidades para creer y desarrollarse, inmensas mayorías en cada continente viven en la estreches y la carencia: esclavitud y sometimiento, hambre, desnutrición y muerte prematura. La lógica de la mezquindad de los grupos económicos y financieros que controlan la economía mundial les permite saciar su ambición de tener y controlar para poseer más y más a cualquier precio. Las discípulas y discípulos de Jesús no podemos ni aceptar ni ser cómplices de esta realidad sin comprometernos a hacer un cambio. Siendo hijos e hijas del Dios de la Vida nuestra identidad tiene como rasgo de familia la abundancia, la hermandad, la solidaridad.
En tiempos de Jesús, salvando las distancias históricas y culturales, también existía el contraste entre la abundancia de unos pocos y la estreches para muchos. La tierra que Dios eligió para habitar en la historia era, en ese entonces, una colonia periférica en el vasto imperio romano. En un país ocupado y sometido, con altos impuestos para las familias, con las enfermedades y los sufrimientos propios de los contextos de empobrecimiento Jesús puso en marcha un movimiento de vida en abundancia para el pueblo empobrecido al que ningún poder humano ha podido frenar del todo.
El relato de la multiplicación de los panes busca transmitir esta presencia transformadora de Dios encarnado en Jesús. En esas coordenadas de estrechez y abundancia el profeta de Nazaret supo abrir un horizonte de esperanza y hermandad solidaria. Abrió puertas para ver y actuar desde otras lógicas.
Mirando más de cerca el texto, lo vemos actuar y encender la esperanza en una coyuntura difícil. En la tradición del evangelio de Juan fue en un día cercano a la fiesta de la pascua judía a orillas del mar de Tiberíades en que Jesús vio a la muchedumbre hambrienta y les dio de comer. Pero antes de hacerlo, como un maestro o líder que aprovecha la ocasión para formar a sus discípulos, les pregunta cómo podría hacer eso. Jesús sabía que había una solución pero quería sondear la mirada de ellos. Felipe y Andrés están demasiado apegados a una mirada de estreches. Solamente ven el contraste: mucha gente con hambre, pocos recursos. A penas doscientas monedas que no alcanzan dice Felipe; unos cinco panes y dos peces recuenta Andrés. Ambos miran el vaso medio vacío. En cambio Jesús ve el vaso medio lleno y se pone a actuar. Bendice y agradece los panes y los peces y los reparte él mismo. Y al terminar la comida ordena recoger lo que ha sobrado. En la lógica de la abundancia siempre “alcanza y sobra” como dice la sabiduría popular.
Tal vez tengamos la impresión que la belleza sencilla y sobria y la potencia transformadora de este milagro también hace contraste con la realidad que describimos al iniciar la reflexión. Quizás, nosotros, ante tantas dificultades y problemas para la lucha cotidiana sigamos sintiéndonos más identificados son Felipe y Andrés. Posiblemente pensemos que poner fin al hambre del mundo es responsabilidad de los jefes de las naciones, los presidentes de las grandes corporaciones y organizaciones mundiales, los ministros de economía y las ONGs. Sin duda que esto es así. Pero si consideramos que este relato presenta a Jesús realizando los roles del padre y la madre en los ritos de las fiestas, tal vez, podamos encontrar nuestro lugar, por pequeño que sea, en este dinamismo de abundancia que estamos llamados a continuar o a poner en marcha.
En los rituales de las comidas, el padre era el encargado de hacer la acción de gracias y la bendición y la madre la encargada de repartir los alimentos. Jesús pone el cuerpo a ambas responsabilidades haciéndonos un guiño para animarnos a dar estos pasos. Al agradecer y bendecir a Dios los bienes que nos concede nos reconocemos primero receptores para recién entonces administrarlos y distribuirlos como hermanos unos de otros. La abundancia fluye en el flujo y reflujo del recibir y dar, dar y recibir, haciendo circular la vida que nos ha sido dada.
La abundancia a la que Jesús nos invita despliega las lógicas que aprendemos al nacer en una familia: primero saber recibir y agradecer lo recibido como regalo: la vida y todos sus dones. Luego expandir y compartir lo recibido desde la lógica de la hermandad.
En la eucaristía celebramos y ritualizamos todos estos sentidos en toro a la mesa de la abundancia de la vida.
¿Qué pasaría si desde la familia hasta la empresa jugáramos estos roles con estas lógicas? ¿Cómo sería la vida cotidiana y sus luchas si miráramos el vaso siempre medio lleno de agua? ¿Cómo sería el mundo si viviéramos en clave de abundancia y hermandad solidaria? Está en nosotros, en nuestras relaciones cotidianas hacer una revolución cultural para que este mundo sea un lugar de vida para todos los seres que lo pueblan según cada una de sus formas.
Hna. Graciela Dibo OP
Lic. en Teología
con especialidad en Sagrada Escritura